viernes, 10 de diciembre de 2010

Finalmente, un día… murió la hermana Agueda (Parte III)

Al final, tuvimos que llevarla a la misa –continuó- porque yo me dije…bah y le dije también a esta, tampoco es justo que porque ella este así nosotras nos quedemos sin Misa de Gallo. Si al final hace como un mes que se está muriendo y no pasa nada, no vamos a tener tan mala suerte que le pase algo en el camino o en la Iglesia. Esto no se lo dijimos a ella, pero cuando le avisamos que al final íbamos, no sin dejarle claro que de todos modos nosotras creíamos que estaba loca y que no le iba a hacer bien, se puso tan contenta que Amalia me dijo, ¿a ver si se muere de alegría? Evidentemente el tema era que la monja se muriera, de un modo u otro, ya que el último comentario sirvió para crear un exceso de culpa ajena en el cura, tal cual el que Elda y Amalia le crearon a Agueda al momento de decirle que iban, pero que no era cosa de ellas si algo malo le sucedía. Es que el dicho final de la alegría lo llevó a pensar en aquella quizá última sonrisa de la pobre vieja que no pedía mucho más que ser tratada como un ser humano… cristiano… en su tiempo final. Pensó también en él, en su final, en su muerte, en sus compañeros los curas, en su necesidad imperiosa de escalar, de ser más, de ser… y al instante abortó todo pensamiento que no se podía permitir… no podía.

¿Te acordás de aquella noche Amalia?…bah, ustedes también deben acordarse –dijo dirigiéndose a los otros dos que habían llegado con el cura- ustedes estaban. Si nos encontramos en la puerta de la Iglesia, en las escaleras del atrio a la salida, cuando ya Agueda no daba más. El que había esbozado la sonrisa hacía un rato recordó como si estuviera sucediendo allí mismo el instante en que, terminada la Misa de Gallo, al salir entre la gente vio como las dos monjas arrastraban a la anciana hacia la camioneta que tenían y en la que cualquiera del pueblo las reconocía como las monjas del Hospital. Recordó la desesperación en la mirada de la anciana que se veía entre la muerte y la vida, no ya por su enfermedad cuanto por el modo en que saltaba escalones sin cesar, uno tras otro, a un ritmo mucho más ligero que el que sus propios pies de anciana, aunque estuvieran sanos, no podrían caminar. Entre el bullicio de la gente que no paraba de hablar y de besarse falsamente; entre aquellos que no se dirigían la palabra en cualquier misa del año y que rezaban más por conseguir un banco donde sentarse alejados de sus propios enemigos pensando en el beso de la paz; entre el bullicio de esos saludos se escuchaba el característico “Vamos Agueda…vamos” de la hermana Elda, al tiempo que con una mano abría la puerta de la vieja estanciera y con la otra tironeaba el hábito gastado por tantos lavados acumulados y tantos renovaciones de la prenda negadas.
De repente volvió a aquel atardecer, a aquel banco y a escuchar voces que, como aquella noche, proferían casi las mismas palabras en los mismos tonos, no ya salutaciones festivas sino relatos de crónicas pasadas.

Lo peor es que al otro día se le ocurrió ir otra vez a misa, a la de la tarde. Estaba loca, nosotras se lo dijimos. Se iba a morirrrrr!!!! No quería vivirrrrr!!!! Yo le dije a Amalia que la dejáramos sola, que la encerrábamos en casa y nosotras íbamos a misa, total ella había estado todo el día en cama y entre una cosa y la otra que nosotras andábamos haciendo, entre un llamado para pedir algo y otro, ella no se iba a dar cuenta que no estábamos. Hasta capaz que se dormía en el interín y no se daba ni cuenta que nos habíamos ido.
Si algo proliferaba en aquella tarde eran los pensamientos, los recuerdos y el relato de las malas acciones. Los hombres se acordaban de Amalia y Elda y de su perro Colita, el que se quedaba encerrado porque no podía ir a misa como si a otros lugares, y al que ellas advertían al salir de su casa… “Colita no va porque vamos a misa” y el perro se quedaba. Recordaban el comentario de Elda, en aquella semana en que se habían ido todos al Congreso Eucarístico en Córdoba, cuando expresaba: “Colita debe decir…qué misa larga!!!”. Recordaban a la pobre hermana Agueda, con la mirada de Colita, con la mirada de los perros maltratados y abandonados por sus dueños, que siempre esperan una caricia de amor, más allá de años de desprecio y desidia… que siempre esperan.
Pero Agueda, aquella tarde de Diciembre, aquella tarde del 25 de Diciembre, fecha en que los cristianos celebran el nacimiento de su Señor, corrió mejor suerte que Colita. Fue llevada a misa a pesar de todos los argumentos en contra.

Al final la tuvimos que llevar. Porque como si supiera que la íbamos a encerrar, a eso de las cinco se levantó, tomó la leche y se quedó sentada frente al televisor, ya con el abrigo puesto dos horas antes, mirando la bendición papal desde Roma. La bendición duró un rato y después se quedó mirando alguna otra porquería en la televisión, porque si algo hacía era estar todo el día mirando la televisión. Es más, es lo único que hacía…
Como las seis y media empezamos a prepararnos, cosa de salir siete menos cuarto para llegar a tiempo, pero no tan temprano como para soportar el rosario tedioso de las viejas de la parroquia, y ella ya se paró en la puerta y esperó. La tuvimos que llevar…no podíamos dejarla encerrada si se había levantado.
Y otras vez el purgatorio de llevarla y traerla hasta la Iglesia a la misa. Y otra vez el sufrir por pensar que se iba a morirrrrr en cualquier momento con el trajín del viaje… Al final que Navidades horribles que pasamos este año…
El recuerdo aparecía nuevamente. Otra vez la escena de la salida de misa. Otra vez la escalera y el bajar rápido los escalones. Otra vez el tironeo del brazo de la anciana monja y la arenga reiterada del apuro. Pero esta vez, la escena era en la puerta de la Secretaría. Como todos los años, frente al Templo Parroquial, se escenificaba el pesebre viviente al terminar la misa. Ese día, todos entraban por la puerta pequeña del costado sin problemas, aunque al salir todo se complicaba un poco más. Los que habían ido entrando lentamente en los minutos previos a la ceremonia, se empujan al salir todos a la vez y queriendo no perderse nada de la representación, sabiendo además, que ésta tardaría y que solo con toda la gente afuera, se daría comienzo. Pero así era la gente de este pueblo y de todos, que se empuja para entrar y para salir, que quiere estar primero aunque deba hacerlo último… En aquellas circunstancias, otra vez entre la muerte y la vida, la hermana Agueda con sus últimos respiros por el agobio del calor y los apurones de las compañeras, bajaba las escaleras empinadas de ese mármol gastado por el tiempo y por el uso, camino al pesebre viviente, pensando en aquella otra escalera que, no mucho tiempo después, estaba segura, la llevaría a la presencia del Altísimo y la liberaría de todo sufrimiento terreno. La liberaría, aunque más no fuera, de los tirones y empujones de Elda.

Ya cuando volvimos estaba peorcita y decidimos internarla. Fuimos a buscar cama al Hospital y yo le pedí al médico que la pusiera en terapia intensiva así no empezaba con eso de que se quería morir acá. Estuvo internada hasta el 29 y no se cansaba de repetir que se quería venir a morir a casa. Yo le decía: A mí no te me vas a morir!!! A esta también le decía algo y como sabe que es más fácil que yo, para convencerla, le pedía que hablara conmigo, que la dejara… que total se iba a morir enseguida si estaba acá en su casa. ¿O no, Amalia, o no decía eso? Al final el médico me dijo que no la podía tener más, que más vale la trajéramos para acá, que el tiempo que le quedara, que no sería mucho, mejor lo iba a pasar en su casa. Y la trajimos… ¿qué otra cosa íbamos a hacer? Yo a veces no entiendo a los médicos…pero con el cuento de que nosotras somos enfermeras y nos podíamos ocupar de ella sin problema si le pasaba cualquier cosa…además del eterno tema de las camas para los pobres… la tuvimos que traer a casa. Y al final, ahí se quedó… el tiempo que duró, que fue un día más, no paró de hablar y pedir que rezáramos por ella, que había sido mala monja, que Dios la perdonara, que le hiciéramos misas…al final me daba una lástima, porque es como que ella no entendía que todo lo que nosotros hacíamos era para que estuviera bien y la vida se le iba apagando de a poquito…

Y el 30 a la noche, a las 12… se murió.

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