martes, 12 de octubre de 2010

"El Santo..."

 

…al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.
…contemplarán al que ellos mismos traspasaron.

La imagen translucida del Santo caminaba lentamente desde el ambón hacia el Altar Mayor. Blanco, casi calvo, con una barba prominente y envuelto en su amplia túnica alba, de mangas anchas como un habito de monje, el Santo, tan parecido a un fantasma que aparece y se esconde entre los juegos de luces blancas que lo interceptan, como un San Macario moderno, se disponía desde su nueva ubicación a pronunciar el sermón. En aquella fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, en aquel viernes último de junio de un año cualquiera, todavía resonaban en los oídos de los fieles aquellas palabras del Evangelio, instantes antes pronunciadas.

En la Iglesia parroquial, un grupo de beatas esperaban con oídos prestos la palabra extraordinaria que venía en su busca en aquel momento ya que, el Santo, pocas veces aparecía por la ciudad a hacer sus visitas, desde el lugar en que se encontraba destinado por el Obispo. Esas mismas beatas conformaban desde hacía años la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, y así no aparecieran por la Iglesia en todo el año, en esa fecha se daban cita para celebrar con toda pompa y ritualidad. Los excesos de jarrones con claveles rojos se veían por doquier, y venían a reemplazar una vez al año a las pobres flores de plástico, a esos pimpollos de rosas ficticias, cubiertas por el polvo del paso del tiempo y el olvido, que cubrían los vacíos de los días incesantes que el almanaque iba descartando. Pero ahora nadie las recordaba, porque el olor penetrante de las flores frescas llevaba la mente y la atención hacia donde la vista conducía: al Santo.

Cura de parroquia… monje cisterciense… otra vez cura de parroquia… el Santo era un hombre que transmitía paz con solo verlo, con ese andar acompasado y pausado, como meditando cada paso antes de darlo, parecía que se deslizaba sobre el mármol, casi sin tocarlo. Nadie lo veía caminar…los ojos de los espectadores parecían decir que, como Cristo, caminaba sobre el agua de la vida. Un balanceo rítmico del cuerpo acompañaba el paso y lo volvía más etéreo, más frágil, más volátil, más místico. Toda su vida había sido un transitar, de un claustro a otro, de un puesto a otro, de una orden a otra, buscando siempre a su Señor, buscando siempre el lugar que El le había indicado desde siempre. Eximio viajero por los caminos del mundo así como por los de la vida.

Luego de unos breves instantes de meditación en profunda reverencia frente al Altar, entre ecos de palabras y olores de incienso que se esfuma, el Santo volvió a recordar los últimos pasajes de la lectura: no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. …contemplarán al que ellos mismos traspasaron. Ese era el comienzo del sermón.

Si –dijo- “contemplarán al que ellos mismos traspasaron”. Nosotros hoy somos los que contemplamos al Traspasado. Los pecados del mundo se agolpan en los corazones de los hombres que prorrumpen en cantos jubilosos de alabanzas al Dios del Cielo, al tiempo que sus acciones pecadoras son excesos siempre renovados de la maldad del hombre frente a la infinita bondad y misericordia divina -tomó aire lentamente para hacer una pausa y esperar que la ansiada atención se renovase, al tiempo en que las palabras iban haciendo mella en los corazones endurecidos de la feligresía congregada-.
Cristo –continuó- el mismo ayer, hoy y siempre, nos dice… contempladme!!! Miradme!!! Vosotros que sois objeto de mi amor preferencial. Vosotros a quienes no tengo en cuenta las faltas sino la fe, el amor y no el olvido. Prestad atención a mis palabras… atended a mis gemidos inefables de amor!!! Escuchadme…escuchadme!!!! –y mientras repetía palabra tras palabra, el Santo, como si fuera Cristo mismo el que hablaba, en primera persona, se volvía más translucido a los ojos de los presentes y parecía que un arrebato místico lo llevaría en ese preciso instante al cielo en presencia de todos sus fieles seguidores. Respiraba nuevamente y continuaba-.
El Corazón de Cristo traspasado por nuestros pecados…pero sobre todo por nuestro amor, por aquel amor que, habiendo amado a los suyos hasta el final, los amó hasta el extremo y entregó su vida, tras el suplicio y el sufrimiento… por amor!!! Allí radica la importancia del Corazón. El es el centro de la vida de los hombres y de su Dios que se entrega. El es el centro físico en la mitad misma del cuerpo, en el centro mismo entre la izquierda y la derecha, en el centro mismo donde radican los sentimientos, las pasiones, los dolores, el sufrimiento…el amor!!! -y cada vez que pronunciaba esta palabra “amor” parecía dar saltitos en el aire sin hacerlo, como elevándose y bajando lentamente en arrebatos y goces, en ensueños y levitaciones instantáneas-.
Allí radica la importancia del corazón –continuó- Miren si será importante el corazón en la vida del ser humano, que una pequeña modificación en el órgano, en lo físico, en lo biológico, más allá del recodo en que se encuentran las pasiones, puede modificar sustancialmente y… espiritualmente una vida.
El escuchar esto, las beatas de la Cofradía y todos los presentes se acomodaron para no decaer en la atención, al tiempo que los silencios del predicador le renovaban la fuerza y la pasión puesta en lo dicho. Todos sabían que vendría ahora, luego de la interpretación teológica del misterio, aquel ejemplo de la vida que obligaría a los presentes a repensar sus actitudes cotidianas al tiempo que los ayudaba a hacer carne la Palabra proclamada-.
Si, miren si será importante el corazón que, no hace mucho tiempo, una mujer que sufría desde tiempo atrás malformaciones y enfermedades degenerativas en su corazón, se vio obligada a recurrir a un transplante del mismo –a pesar del cambio temático desde lo espiritual y sacro a lo material y profano, la solemnidad y la mesura con que el Santo continuaba su relato, no se habían modificado. La atención crecía al mismo ritmo que la expectación por lo que faltaba aún por venir. Y, entonces, continuó-. Luego de la operación, ya recuperada, la mujer volvió a su vida habitual, con las complicaciones obvias del caso y lo complicado de la intervención. Pero a medida que pasaba el tiempo y toda normalidad ya era rutina, ella comenzó a darse cuenta que algunos gustos alimenticios de su vida anterior habían cambiado. Para ser más exacto y no dilapidar el tiempo en excesos que no hacen al centro de la cuestión, digo que ella empezó a darse cuenta que tenía unas ganas incesantes, profundas, inquebrantables, incontenibles… -y volvió a respirar y recrear la expectación- de comer menudos de pollo. Si, como han escuchado, la mujer que siempre había odiado y le habían provocado casi nauseas esas vísceras de estos animales, ahora sentía un amor profundo y una necesidad más profunda aún de saciar sus anhelos frugales –entonces las beatas y, todo la feligresía nuevamente, volvió a acomodarse al tiempo que intentaba recrear lo dicho y reflexionar sobre posibles errores de la escucha. No, no, el Santo estaba predicando en el medio del sermón de los menudos de pollo. El sermón continuaba-. La mujer azorada por tal cambio en su vida, comenzó a buscar y a recaudar información, como quien busca desesperadamente el paradero de un familiar perdido o de un recuerdo imborrable olvidado…buscaba en la vida, tras los menudos de pollo. Preguntó en los Hospitales, entre los médicos, entre los familiares, hasta que alguien le sugirió que quizá fuera una consecuencia del transplante de corazón que ella había sufrido. Y así llegó hasta las puertas de la casa del difunto, el que ahora descansaba frío en su ataúd de madera cuatro metros bajo tierra, mientras su corazón galopaba incesante y sin descanso en la búsqueda. Llamó a la puerta de la casa y, aún antes que alguien se acercara para abrirle, un olor penetró en su nariz y la detuvo en seco, como a la mujer de Lot cuando se volvió estatua de sal, frente al umbral. Era ese mismo olor que otrora desvaneciera su mente y descompusiera su cuerpo…era olor a menudos de pollo hervidos. Al tiempo en que rivalizaban recuerdos ya perdidos y sin fuerzas con las ganas de atropellar aquella madera hecha puerta que interfería entre su paso y el ansiado objeto, una mujer vestida de negro se apareció. Era la esposa del difunto que, luego le explico, todas las semanas, como en una especie de ritual macabro, hervía kilos de menudos de pollo y así mantenía vivo el recuerdo del difunto quien, no pasaba día de la semana, sin poner en su boca un bocado de aquellas vísceras avícolas. Tal era su predilección por esa comida. Así aquella pobre mujer pudo explicar tal cambio ocurrido en su vida y pensar, cuán profundo es el impacto del corazón en la vida de los hombres, si puede dejar las más simples huellas en algo tan trivial como el comer. Todo esto, obviamente, esta mujer lo pensaba al volver a su casa, luego de haber degustado un poco de aquella preparación con menudos de pollo. Miren si será importante el corazón. . . Amén. Así sea –y con esas palabras concluyó el sermón, dejando a la feligresía azorada y confundida, tratándose de explicar cómo de la teología del Corazón de Jesús, sumun espiritual de entrega amorosa, había devenido en los menudos de pollo, en la importancia de las vísceras en la vida de una mujer.

El órgano empezó a sonar, para sacar a los desprevenidos y a los confundidos, de su elucubración mental y volverlos a la realidad. La misa continuaba y la música sacra penetraba el recinto de manera lúgubre y acentuada, como quien quiere darle solemnidad e importancia al acto final de cierre de una obra. El Santo flotaba entre los mármoles y se deslizaban entre vinajeras y patenas, entre cáliz y vino, comenzando el Sacrificio. La feligresía continuaba sentada en sus lugares elegidos desde el inicio del acto ritual. Solo unos pocos, los más atrevidos e insolentes, según las mentes pérfidas de las beatas, habían partido de la Iglesia, dejando lugar al chisme y a la indignación. Porque, si bien ellas mismas, estaban impactadas por aquel sermón, por aquella profanación lingüística del misterio, la Misa era la Misa, y se merecía el debido respeto. Nada justificaba un parar e irse, por más indignación acumulada, por más hipocresía sabia y pacientemente disimulada. Nada lo justificaba…

1 comentario:

  1. Estimado, me gustó mucho su relato, claro, y preciso. Y me hizo reflexionar al respecto de lo que dijo "el Santo" en su sermón: "Miren si será importante el corazón en la vida del ser humano, que una pequeña modificación en el órgano, en lo físico, en lo biológico, más allá del recodo en que se encuentran las pasiones, puede modificar sustancialmente y… espiritualmente una vida"... le diré que, luego de haber sido intervenida quirúrgicamente del corazón, hubo quienes me dijeron: "Ya no sos la misma de antes, ese aparatito (haciendo referencia a la prótesis) te ha cambiado"...
    Nuevamente le felicito, y seguimos a la espera de mas historias...

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